Una madre que ya sabe que el amor no muere
Sobre vivir, sostener y seguir amando...
Hay un momento —no tiene fecha—
en el que una madre deja de buscar a su hijo en el tiempo
y empieza a reconocerlo en otra dimensión.
No ocurre de golpe.
No ocurre sin atravesar la vida tal como es.
Pero ocurre.
Este año me enseñó eso.
Que el amor no se va con el cuerpo.
Que no desaparece con los calendarios.
Que no se diluye porque el mundo siga avanzando con sus propias exigencias.
El amor cambia de forma.
Se vuelve más sutil.
Más hondo.
Más consciente.
Vivimos tiempos complejos.
Para muchos, tiempos duros.
La vida no se detiene para nadie,
y cada día —para distintas personas, en distintos lugares—
trae su propio peso, sus propias luchas, sus propias pérdidas.
A eso se suma lo personal, lo íntimo,
y también lo colectivo:
las decisiones que afectan, las políticas que golpean,
las incertidumbres que no elegimos
pero que igual debemos aprender a sostener.
Hubo momentos en los que el espíritu pidió pausa.
No porque faltara amor,
sino porque la vida, en toda su intensidad,
necesitaba ser respirada con más profundidad.
Por eso el silencio.
Por eso el recogimiento.
Por eso las semanas sin palabras.
A veces, honrar la vida no es avanzar,
sino quedarse quieta
y permitir que el alma alcance al corazón.
Matías no es un recuerdo.
No es una ausencia.
Es una presencia que no depende de las circunstancias.
Está en la forma en que miro ahora.
En lo que aprendí a sostener sin endurecerme.
En la certeza de que el amor verdadero
no necesita condiciones favorables para existir.
Hoy no cierro un año.
Reconozco un aprendizaje.
Soy una madre que ya sabe
que el amor no muere.

