Este post está disponible también en inglés. Puedes leerlo aquí
Hay señales que no necesitan palabras. Llegan con el aleteo suave de una presencia que reconocemos sin entender del todo, pero sentimos en el alma.
Luisa lleva días recibiendo visitas muy especiales: las palomas. Hace poco, unas palomas hermosas se posaron cerca de ella. Les tomó fotos porque parecían salidas de un sueño: sus plumas, su luz, la calma que transmitían.
Y un día después, mientras regresaba de Manhattan en un tren lleno, ocurrió algo aún más extraordinario. Un hombre moreno le ofreció un asiento con una sonrisa amable:
—Ven, siéntate aquí, este puesto es para ti.
Cuando Luisa se acomodó, él le dijo:
—Mira lo que tengo para ti.
Sacó su celular y comenzó a mostrarle fotos de sus palomas. Una de ellas, azul, con una cinta roja en la pata, brillaba de una manera especial. Fue imposible no sentir que había un mensaje escondido en aquel encuentro.
Las palomas son símbolo de paz, de libertad, de pureza. Desde tiempos antiguos se les ha considerado mensajeras del cielo. Quizás por eso, cuando aparecen una y otra vez, sabemos que no es casualidad.
Hace unos días, nosotros también recibimos una visita. Fuimos al supermercado donde solíamos ir con Matías. Casi nunca vamos allí, pero algo nos llevó. En el pasillo donde él jugaba con unas latas sobre el carrito, una paloma apareció de pronto. Voló directo hacia nosotros, con las alas abiertas, casi rozando nuestras cabezas. Luego se devolvió y comenzó a caminar despacio hacia nosotros.
La grabé en video, desde que empezó a caminar.
Y en ese instante, el corazón supo lo que la razón no puede explicar.
Las palomas siguen viniendo.
Vuelan, se posan, nos miran, y vuelan otra vez.
Son el recordatorio de que el amor no desaparece: se transforma, se eleva, y nos encuentra.
Matías, con sus alas de luz, sigue enviando mensajes desde su cielo.
Y nosotros, con el corazón abierto, seguimos aprendiendo a reconocerlos.
El amor siempre encuentra su vuelo.