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Este miércoles se cumplen cinco meses desde que nuestra querida tía abuela Lala trascendió. Después de 89 años, seguía luciendo hermosa, joven, elegante y siempre coqueta. Se fue como siempre deseó: rápido, sin mucho sufrimiento, en su casa, rodeada de su paz y de la montaña que tanto amaba.
Lala vivía en Caracas, en un apartamento donde la naturaleza era parte de su hogar. Los pájaros, las guacharacas y hasta las perezosas se acercaban a su ventana como viejos amigos que recibían siempre un poco de su cariño. Desde que nuestro hijo Matías partió al Cielo, Lala y el tío Rey nos contaban cómo los pájaros llegaban con frecuencia a visitarlos, entrando incluso al apartamento en ocasiones. Ellos siempre decían: “Ese es Matías que viene a saludarnos”.
Por eso, yo sabía en mi corazón que cuando llegara su momento, ella me lo haría saber. Y así fue.
La noche anterior pudimos despedirnos por teléfono. Aunque la distancia nos separaba —nosotros en Nueva York y ella en Venezuela—, nuestras almas se encontraron en ese instante. Y en la madrugada, después de que mi esposo salió a trabajar, los pajaritos comenzaron a cantar de una manera que jamás había escuchado antes. Un concierto celestial en plena madrugada, como si quisieran despertarme.
Matías sabía cuánto me gustaba escucharlos, siempre me señalaba el oído y me decía: “Los pajaritos están cantando”. Ese día sentí que era un mensaje claro, un puente entre el cielo y la tierra. Abrí la ventana, grabé el canto y se lo envié al tío Rey. Su respuesta fue un regalo para mi alma:
“Nubia, los pajaritos están cantando porque Lala se fue a acompañar a Matías en el Cielo”.
Curiosamente, yo había pensado que Lala me avisaría a través de la jirafa de Matías, porque ella sabía que esa jirafa es uno de los símbolos más claros que él usa para comunicarse conmigo. Sin embargo, no fue así. Ella eligió a los pajaritos, y tenía todo el sentido: Lala vivió siempre en la montaña, rodeada de aves a las que alimentaba con amor cada día, y además fue precisamente con los pájaros que Matías solía comunicarse con ella y con el tío Rey. Ese fue su lenguaje, su manera única de decir presente. Y esto me recordó algo importante: cada alma tiene un lenguaje particular para hacerse sentir. A veces son animales, colores, números, música o incluso objetos muy simples, pero siempre están ligados a lo que esa persona amaba, disfrutaba o hacía en vida. Cuando afinamos el corazón y prestamos atención a esas pistas, las señales se vuelven más claras. Es así como seguimos en relación, aunque de una forma distinta, más sutil, más espiritual.
Ese fue su aviso, su despedida, su lenguaje de amor.
Así nos comunicamos con quienes han trascendido: a través de señales, de pequeños milagros cotidianos que solo el corazón abierto puede reconocer.
Hoy honramos a Lala, una mujer hermosa, tierna, positiva y profundamente entregada a la oración. Cinco meses en el Cielo, cinco meses iluminándonos desde la eternidad.
🐦 Que su esencia permanezca en cada canto de pájaro, en cada oración, en cada señal que nos recuerda que el amor no muere, solo se transforma.
Aquí les comparto unas fotos de la ventana de Lala en Caracas, con sus guacharacas y pajaritos, y también el audio que grabé desde mi ventana en Nueva York aquella madrugada, cuando los pajaritos cantaron como nunca antes. Fue el instante en que supe que Lala ya estaba en el Cielo, junto a Matías.
💙♥️